Galletas

A las seis de la madrugada abrí los ojos. Llevaba 48 horas de ayuno total y fiebre delirante, un virus, por supuesto. La fiebre había remitido pero tantas horas de cama habían hecho su efecto doloroso y cada movimiento hacía que me crujiese hasta el alma. Antes de dos horas no aparecería nadie por mi cuarto; podía sentir las respiraciones en las habitaciones contiguas. Entonces comencé a pensar en el desayuno. Necesitaba masticar, necesitaba comer...pero...bajar a la cocina se me antojaba una heroicidad tan lejana como escalar el K2.
Cerre los ojos y me recreé en los sabores imaginarios....deseé, deseé con fuerza y al final la magia se produjo.
En la penumbra distinguí en el suelo dos manchas circulares, parecían dos aros...pero afinando la vista, entre la ilusión y el hambre que me atornillaba el estómago descubrí algo que me maravilló DOS GALLETASSS¡¡
Sin duda mi sobrina de 16 meses había entrado a visitarme con ellas en la mano y le habían caido (incluso las habia pisado).
Ahora aquellas galletas magulladas eran un tesoro para mi. Con medio cuerpo en cama y el otro a gatas fui estirándome dolorosamente, como un inválido. Recogí aquel oro dorado e incluso con mi dedo mojado aproveché hasta las últimas migas.
Y después, ladeado y caliente entre las sábanas, saboree el precioso manjar como un extremado sátrapa haría con el caviar mas exquisito.