Dormidos
A veces las palabras no bastan, son solo palabras. Entonces necesitamos a nuestra materia, y el cuerpo, tantas veces ancla y rémora de nuestros sueños se convierte en nuestro aliado. Y es capaz de hablar mas claro que el mas brillante sofista del ágora.
Durmieron juntos por primera vez. Se trataba de eso, dormir. Se acostaron desnudos y en penumbra. La lluvia batía fuerte los cristales y hacía un frío intenso de noviembre. Sus cuerpos se acercaron y quedarón unidos y como dos imanes, lentamente fueron dándose calor.
A lo largo de la noche despertaron varias veces. Se comunicaban por ósmosis, poro a poro de la piel el cariño se iba transfiriendo. Cicatriz a cicatriz...iban penetrando todas aquellas cosas que no se sabian decir.
Se besaron dulcemente. No eran besos que llevaran al sexo. Eran besos que llevaban a los rincones escondidos del corazón. Con cada caricia él cogía su mano y atravesaban desvanes oscuros y llenos de telarañas. A veces algún fantasma achacoso asomaba, pero ella no tenía miedo, porque su mano era firme y seca.
Y así, hora a hora fue llegando el amanecer. Y el calor los había fundido en un solo oasis de ternura. Entonces él se vistió y la beso en su pelo rebelde y negro.
Era un hombre extraño. Sus motivos, sus ilusiones, sus sueños...no eran los de otros.
Pero ella conoció su corazón y supo ya para siempre que era sincero y limpio.